Una boda griega
Esta boda ha sido un sueño. Una de estas cosas que, cuando miras atrás, todavía no te crees que hayas vivido. Recuerdo el día que me llamó Lorena contándome la idea: se casaba en una isla griega, estaba súper ilusionada y además quería que yo fuese su fotógrafa. No me lo podía creer. Si hacer una boda ya es sumergirte en un mundo maravilloso de sensaciones y vidas ajenas, las bodas de #destinationwedding son un regalo en todos los sentidos. Al menos para las que nos flipa viajar, conocer otras culturas y vivirlas desde dentro. Poder mezclar esto con tu trabajo es algo increíble, todo se multiplica. Es como entrar todavía más en una vida, en una historia y en una familia, viviéndola desde dentro.
Recuerdo con especial cariño la noche antes de la #bodagriega, después de cenar con invitados que hasta ese momento eran totalmente desconocidos para mi, nos encontramos con Lorena, la novia. Estaba cenando con toda su familia, había una mesa larguísima con platos típicos de la isla y todo el mundo reía y se abrazada en un idioma que no conocía. El caso es que nosotros estábamos ya de camino a casa, así que paramos un segundo a darle un beso para despedirnos y desearle una noche bonita. Lorena se acercó a mi súper emocionada, cogió del brazo a alguien y con toda la ilusión del mundo nos presentó -¡Diana, mira, es mi abuela! - y en ese instante me crucé con una mirada que agarrada a la cintura de su nieta me sonreía emocionada. Estaba temblando, literalmente temblando. De repente se me hizo un nudo en la garganta y sólo tenía ganas de llorar. Pero no de llorar sutilmente. No. De llorar de verdad, con suspirito incluido. Se había traído a su abuela desde Rumanía. Estaba compartiendo con ella uno de los días más importantes de su vida. Y su abuela estaba casi como yo. La acaricié -qué suerte y que especial estar aquí, en este lugar del mundo celebrando algo así, y juntas- y sonreí con miedo a romperme.
Al día siguiente, después de fotografiarla mientras se ponía guapa, nos subimos las dos a un cadillac que nos llevaría a la ceremonia. Y se lo conté. Ella era un flan. Pero fue un viaje y un camino que ninguna de las dos olvidaremos jamás.
Y meses después alguien me preguntó: ¿Qué darías por la fotografía de tu abuela llorando en tu boda? Y yo recordé este momento. Y recordé las fotos que les hice. Las que probablemente hubieran sido las fotografías más importantes de mi vida.
Gracias Cedric y Lorena, por esta oportunidad, por esta experiencia, por la confianza, por aquellos días y por ser una de las historias más increíbles que me ha pasado en la vida.